jueves, 1 de octubre de 2015

De paso por las Ardenas, para el Shell Belgian Grand Prix

Volver a este magnífico lugar siempre es una aventura renovada, casi novedad, pero a la vez añeja por los recuerdos que me trae de vuelta... cada vez.
El paisaje es tan verde y tupido que hace pensar que la belleza se estancó en ese aire y en el panorama del bosque firmado por la carretera/pista, la arteria que le cambia la estampa una vez al año, y que va serpenteando con naturalidad y hasta gracia, diría yo, entre los paisajes que están en cualquier dirección, en cada golpe de vista, en cada escondrijo, en cada canto...



Además, el lugar está lleno de historia, incluso de esa que trae malas remebranzas para los más viejos; durante la Segunda Guerra Mundial se libró aquí una batalla célebre, determinante, la: Ardennenoffensive o Rundstedt-Offensive; en inglés: Battle of the Bulge, que fue una gran ofensiva alemana, lanzada a finales de la Segunda Guerra Mundial (16 de diciembre de 1944 – 25 de enero de 1945), a través de los densos bosques y montañas de la región de las Ardenas de Bélgica.
Pero en cuanto suena, (antes rugían) el primer motor de alguno de los Fórmula 1 en boxes por ahí del jueves o viernes anterior al Gran Premio, el pasado escondido entre las sombras de los inmensos árboles desaparece, se va, se oculta de la terca mirada de la memoria, detrás de las colinas majestuosas que están en todas partes, para que todo se convierta en hoy, en presente...
Los días que nos llevarán al domingo, el día de la carrera, se fragmentarán en minuto tras minuto en nuestra atención, enfocada a ver a estos, hoy poco ruidosos autos, recorrer los 7.004 kilómetros del histórico trazado, (fue recortado por razones de seguridad) que resulta una de las pocas joyas que perduran entre los circuitos de la Fórmula 1 actual.



Mientras voy llegando pienso en el circuito “original” con sus 14 kilómetros de longitud, vigente de 1950 a 1970, el mismo en el que ganó el Gran Prix una ocasión Pedro Rodríguez en aquel elegante BRM-Yardley de la Fórmula 1 de 1970, apenas 1.1 segundos delante del neozelandés Chris Amon que entonces corría para la scuderia MARCH. 
En el que corrí en 1977 en mi SARK-Holbay de la Fórmula 3 (hermano menor del HESKETH F1 del Campeón del Mundo James Hunt)... bajando, subiendo, curveando entre el éxtasis de la fina raya de los límites, de la total pérdida de conciencia del temor, del absoluto placer de descender y trepar en un suspiro por las curvas de Eua Rouge en top gear sin levantar el pié derecho ni un milímetro... ¡ah! no hay duda, recordar es ¡volver a vivir..!
Y una vez ahí, el aquí y ahora lo avasalla todo. El colorido nos rodea, nos tiene sitiados, la belleza del lugar también. La gente parece que está buscando algo y de hecho así es; está buscando la emoción que todo Gran Premio de Fórmula 1 lleva de un lado a otro, de un país a otro, como los antiguos circos de pueblo, nada más que éste, no es de pueblo, es mundial, y es por mucho, el más caro y  sofisticado del mundo.

La tecnología de “última generación” como la llaman hoy, está en todos partes también. Desde el miércoles, los equipos desplegaron una cantidad considerable de computadoras y otros sofisticados artilugios; la electrónica en esta nueva Fórmula 1, le ha arrebatado ya, una buena parte de su esencia. Esta es la nueva herramienta. Sigue habiendo llaves y desarmadores, dados y manerales, pero éstos son tan sólo para las tuercas y los tornillos; para encontrar el balance del monoplaza, monitorear temperaturas, variar la intensidad de la potencia y del frenado, de la incidencia aerodinámica, y mil cosas más, está la electrónica, incluso, para quitarle trabajo, esfuerzo y habilidad al piloto, paradógico ¿no?



Por fortuna, la atmósfera que rodea a este Gran Premio no ha cambiado. Lo comprobé la mañana del sábado cuando llegué; sigue igual, la velocidad sigue atrayendo multitudes, y aunque esperamos que nuevamente el equipo Mercedes sea el más rápido, el ánimo se siente y se vive igual... nos llena de sonrisas el rostro y el pecho de emoción.


En mi deambular por el paddock y los boxes, me encuentro con viejos amigos y conocidos, todos están muy ocupados, la clasificación para formar la parrilla de salida se acerca. Camino hacia abajo para encontrarme una vez más con Radillon y Eua Rouge nada más que ahora, como las últimas ocasiones, a pie y tan sólo para ver pasar los autos, es el mejor lugar, ahí se ve quién es quién en los pilotos... lástima del sonido, estos autos “atascados” de electrónica ya no rugen, ya no cantan, ya no producen aquellas sinfonías que erizaban la piel y aceleraban la cadencia cardíaca, sólo suenan... sordos, ahogados, tímidos; un vago eco los acompaña sin levantar mucha emoción para los que llevamos una vida en esto, sin embargo, veo como los jóvenes se admiran...

En cambio, el glamour que rodea al Gran Prix crece. Las fiestas abundan. Los multimillonarios europeos y árabes, (éstos sí de verdad, no como los de la Gran Tenoch...) sobresalen por los destellos que nacen de todo los que rodea. Los invitados especiales ya están aquí también, los he visto y saludado desde el desayuno por la mañana del domingo en el hotel, que por cierto, ¡es magnífico!

Gabriel Mora y Romero
Director Editorial

Versión completa en la edición no. 86

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