Después de 20 años de andar, es justo detenerse, respirar profundo, levantar la mirada al firmamento, y habitar un espacio de calma que nos permita atrapar al vuelo, la brizna de una tira de sosiego... servirse en una copa del cristal más nítido, ¡un espléndido vino!, y entonces, rodeado por un nimbo de armonía, echar mano del recuerdo, para habitar nuevamente la bendita abundancia de momentos gratos, en este deleitoso deambular profesional que ahora, alcanza las dos décadas.
Hoy, veinte años después, en el recuento, tengo saldo a favor... los momentos alegres son muchos, las risas que marcaron mi rostro, más, y la alegría encontrada continuamente, supera de sobra, los apuros y contrariedades, que toda peripecia engendrada por una pasión, propone... y en ocasiones, impone.
Por sólo tocar uno de las tonos del abanico de recuerdos que me enfrenta... Vienen a mi, en primer término, -y si duda el más significativo-, los innumerables encuentros con personas de ideas, rebosantes de inteligencia, de conocimientos por compartir, preclaros y ajenos al egoísmo... pero ésta, es sólo una, de las vastas recompensas que me ha dado la búsqueda de la excelencia en la difusión de la cultura gastronómica... la que todo alcanza, la que todo abraza.
Los sitios visitados, me han llenado la vista con los brillos de sus paisajes, con sus formas que se difuminaban con gracia y elegancia en atardeceres inolvidables... lugares, ciudades, espacios, que han seducido mi imaginación, y encantado mi entendimiento... con sus lenguajes y mensajes -mudos todos ellos, ¡ah! pero tan elocuentes- que enviaban desde cada rincón que alcanzaba una de mis miradas, cualquiera, incluso la más furtiva... y que por fortuna, hasta hoy, continúan ocupando “su” espacio en mi memoria.
Al igual que los muchos platillos que me dejaron sabores memorables, algunos llenos de novedad, marcados por la primicia que resulta de mezclas audaces, atrevidas, incluso insólitas, y... ¡los vinos..! génesis de destellos... aromáticos, “embriagadores...” muchos de ellos, dignos depositarios de secretos que superan la inmediatez de un análisis procaz... elaborados para premiar, para mi fortuna, ¡sólo gustos escogidos..!
Visto desde la óptica del hoy, esta travesía me ha ido obsequiando orgullo tras orgullo, como ésos que prodigan los hijos bien nacidos, educados; herederos dignos de una nobleza intrínseca, de cuyo resplandor se puede abrevar confianza, sabiduría, dignidad, honra...
Y el primero que me viene hoy a la mente, es que Mesa y Vino! está en un sinfín de libreros, mesas de vestíbulos y salas, estantes de bibliotecas públicas y privadas... pacientemente acariciada, disfrutada, leída, incluso consentida, no fue -como muchas otras- una revista que se “hojeaba” y se desechaba... el bote de basura no era destino...
Cada ocasión que la casualidad me hace encontrarme con alguno de mis lectores, me lo confirman; como sucedió hace unos días, con una señora que me reconoció, y acto seguido, me dijo con gozo que le gustaba Mesa y Vino! porque, además de: “...ser una revista de buen gusto editorial, muy cuidada, ¡es muy didáctica!” enfatizó... y antes de despedirse.., “...tengo todas las ediciones guardadas; las impresas y también las digitales... ¡felicidades!, no deje de editarla...”
Y es que Mesa y Vino! nació diferente, fue mi decisión desde el momento en que concebí la idea de editar una gaceta literaria/gastronómica...
Sí, al principio era más literaria que gastronómica, -supongo que por aquellos días, “las letras” -mi "segunda" vocación- me provocaban más...- hasta que entendí, que sería mejor darle su lugar a esa ave inquieta, incontrolable, irreverente que habita dentro de mi y de millones más: el antojo...
Que para los que tenemos la emotividad incesantemente recorriéndonos con empeño el espíritu de arriba a abajo, resulta protagónica, escandalosa, ¡imposible de acallar!, así que invertí la ecuación, misma que pensé, tendría un llamado de atención más alto, seduciría con una entrega singular... ¡partiendo del origen mismo de la cultura..! por el colorido que supone e impone, por lo que la imaginación y la memoria traerían al presente de quien abriera sus páginas... y entonces, la gaceta se convirtió en, ¡una revista..!
Pero no podría ser “una más...”, ésas, las hace literalmente cualquiera, -tenemos abundancia de ejemplos a la vista, - así que busqué las distinciones y no me detuve hasta reunirme otra vez, con el buen gusto, la inteligencia, el buen decir, la elegancia, las ideas... entonces, conversamos... hasta tarde.
Y así fue que nació su tamaño oficio, que la haría destellar del resto; con la imagen de una obra de arte en la portada, “retratando” el tema principal de la edición en turno; ambas, se volverían un referente, un sello, lo mismo que su diseño, declaradamente inspirado en los libros de arte...
Alguien, un día me dijo, a propósito de una supuesta rivalidad con las otras publicaciones que tocaban el tema gastronómico en aquellos días: “...no hay tal, tu revista es única, Mesa y Vino! !..eres tu..!”
y, sin la menor duda, !así sigue siendo..!
A diferencia de otras revistas que “nacieron” en aquella época, y de las cuales ni el recuerdo queda, -y hablo de revistas, no de catálogos de anuncios- Mesa y Vino! permanece; en la memoria, en el reconocimiento... sus ediciones impresas en un papel cuché pesado y terso, -como ya dije-, en libreros y mesas de salones, y las versiones digitales, en un sinnúmero de memorias USB o CDs que las cuidan para que la posteridad le tienda la mano, y trascienda, a manera de un humilde legado, con su consecuente marca atemporal, ésa, que las cosas hechas con alegría, pero sobre todo con pasión, dejan tras su paso.
Fin de la primera entrega.
Gabriel Mora y Romero
Fundador, Director y Editor
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