En este brillante y fresco amanecer que privilegia los aromas de la naturaleza y con la tranquilidad que brinda el paisaje verde y arbolado que me inunda la mirada, y desde una sociedad que da certezas y no la fila de incertidumbres de la ocurrencia, comparto unas reflexiones en estos tiempos de calma... a través de mi página de MESA y VINO!
Antes de salir de México, (jamás imaginé que diría esto) en donde me atrapó la cuarentena con su consiguiente parálisis que no me queda duda, ha derivado en el pretexto perfecto, para timoratos y holgazanes, para continuar imitando a Diógenes, el filósofo griego que fundó la escuela Cínica, que invita a no hacer nada y que vivía en una tinaja....y para mi, el de poner en práctica la observación, -costumbre en desuso- en la calle y en la gastronomía.
En el exterior, para quedar sorprendido al ver como las nuevas generaciones están dispuestas -como dice el furioso escritor parisino Frédéric Beigbeder- "...a renunciar a la libertad.." por temor al contagio; "...no estoy seguro que esto sido así hace un siglo.." y concluye, "nuestros abuelos no lo hubieran aceptado".
Los viejos, cuando menos en la zona de Bosques de las Lomas y nuestra vecina Lomas de Tecamachalco, supuestamente, uno de los grupos vulnerables al ataque del COVID 19, éramos los que estábamos en los supermercados y en los parques.
¿Y los jóvenes? Agazapados en el "mundo virtual". ¡Que pena me dan!
Para algunos es normal, los que tenemos de los 70 años "para arriba", en su mayoría pertenecemos a generaciones en las que no se nos inculcaban miedos fútiles, (recientemente leía que mueren un promedio de 3500 personas al día en accidentes de automóvil sólo en las carreteras, y todavía no he visto que alguien haya dejado de usar el suyo por eso); no usábamos cascos ni coderas en la bicicleta y bebíamos agua de la manguera del jardín durante nuestros juegos y... no pasaba nada.
Los pocos jóvenes que encontraba en mis prolongados paseos, conviviendo con hijos y mascotas, eran mayoritariamente de la comunidad judía, por cierto hablando en su "tradicional" YIDISH, que es, -creo que pocos lo saben-, ¡un dialecto alemán! paradojas de la vida y desde luego el ejército de valientes trabajadores de la entrega a domicilio y los demás...
...y en la gastronomía, para tratar de mejorar una "gloria" de la imaginación culinaria de la CDMX que recientemente llamó mi atención; la TORTA de CHILAQUILES.
Fue hace poco cuando me enteré de su existencia. Sabía de la de TAMAL, la célebre GUAJOLOTA, que de inicio me parecía una redundancia de harinas, aunque sus defensores argumentan que no es así, una es de trigo, (el pan) y la otra de maíz (el tamal).
Me pareció entonces que no se les hacía "justicia" a los chilaquiles que son los que finalmente les dan el nombre. Y entonces comencé a imaginar cómo debería de ser una auténtica Torta de Chilaquiles, lo que me llevó a uno de los recintos que más disfruto en casa: la cocina.
Así que echando mano del conocimiento y la experiencia más que de la imaginación, el primer paso fue mejorar todos y cada uno de los ingredientes en calidad y sabor, así que la consigna fue probar, probar y probar... pan, tortilla, frijoles, chiles, cebollas, cremas, quesos...
Como podrán imaginar la variedad de opciones, como en toda nuestra maravillosa e inigualable cocina, es cuasi infinita, por lo que no fue una tarea rápida, pero sí deliciosa.
El PAN. Primero pensé en unas teleras que venden en una tienda de Lomas de Tecamachalco que tienen una consistencia suave y "acolchonada" pero de inmediato pensé que se podría hacer un contraste con la suavidad de los CHILAQUILES con un pan más rígido y crocante por fuera, algo parecido a la combinación que nos da la "baguette", sin tanto migajón por dentro y su interior más "poroso" y delgado.
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